SOBRE EL PARTIDO BOLCHEVIQUE

Por Gillles Dauvé y Francois Martin

El partido bolchevique se ha convertido desde hace cincuenta años en un objeto de predilección para la mitología de la Revolución rusa. Unos denuncian en él el modelo y el origen de los partidos “totalitarios”, “militarizados”, “burocratizados”, que “imponen su dictadura y ahogan toda libertad”. Otros celebran el “gran partido bolchevique”, “forjado por Lenin”, “punta de lanza de la revolución”… Ante un análisis cualquiera del partido bolchevique, la actitud más frecuente consiste, no en examinar qué valor tiene este análisis, sino en clasificarlo en un campo o en otro.

Todo estudio crítico del partido bolchevique es rechazado inmediatamente por el movimiento comunista oficial como “derechista”, “socialdemócrata”, “menchevique”… Por eso no hay actualmente ningún análisis riguroso del partido bolchevique. Nuestra intención aquí no es construir este análisis, sino dar algunas indicaciones sumarias indispensables para la comprensión de la Revolución rusa.

Las condiciones particulares de la sociedad rusa bajo el régimen zarista eran favorables para el desarrollo de cierto tipo de organización. Las luchas de los trabajadores por mejores condiciones de vida y de trabajo chocaban con una resistencia y una represión mucho más encarnizada que en los otros países capitalistas. Al ser quebrantada toda reivindicación económica por el sistema social existente, era imposible para los obreros realizar una lucha puramente económica. Únicamente el derrocamiento del zarismo haría posible la realización de un programa mínimo de reformas. De este modo solo había dos posibilidades para el obrero que se preocupaba de mejorar su suerte: resignarse, o hacerse revolucionario; pero en cualquier caso le resultaba muy difícil hacerse reformista, y más aún seguir siéndolo, ante las duras realidades del régimen social y político zarista . No se pueden comprender los progresos del partido bolchevique si se olvida que no existía entonces en Rusia ninguna “vía muerta para aparcar” (Broué). El proletariado ruso era muy diferente al proletariado europeo: “No se parece ni al proletariado de Occidente, adiestrado por dos siglos de industria manufacturera y capitalista, ni al semiproletariado de la India y de China. Quien no comprenda estos rasgos originales no comprenderá nada de sus maravillosas realizaciones” (Preobrajensky, Bulletin communiste, no 10, 7 de marzo de 1924). Esta situación hacía posible el desarrollo de un movimiento revolucionario de un tipo bien determinado.

Con frecuencia se ha tratado el problema de la clandestinidad sin captar bien todo lo que ella implica. Desde un principio, la clandestinidad impuso al partido un cierto tipo de trabajo y, ante todo, un cierto tipo de lazo con las masas obreras.

“La inclinación del bolchevismo por la centralización reveló desde el 3er Congreso (1906) sus efectos negativos. En la ilegalidad ya se habían formado rutinas de aparato… Es cierto que la conspiración limitaba estrechamente las formas de la democracia (elecciones, control, mandatos). Pero no se puede negar que los miembros de los comités habían contraído más de lo necesario los límites de la democracia interna y se habían mostrado más rigurosos hacia los obreros revolucionarios que hacia ellos mismos, prefiriendo mandar incluso cuando hubiese sido indicado escuchar atentamente a las masas.” (Trotsky, en Stalin, Grasset, p. 878.)

“Krupskaya observa que en los comités bolcheviques, al igual que en el congreso, casi no había obreros. Predominaban los intelectuales: ‘El miembro del comité, escribe Krupskaya, de ordinario era un hombre pleno de suficiencia, veía la enorme influencia que la actividad del comité tenía sobre las masas, por lo general el comitero no aceptaba ninguna democracia en el interior del partido.’” (Idem, p. 95.)

La organización del partido no era uniforme: en 1908, el comité que dirigía al partido en Moscú era elegido por toda una jerarquía de escalafones diversos que reposaba por la base en asambleas de fábrica. En Odesa, por el contrario, en 1905 el comité manejaba todos los hilos de la organización y de este modo tenía el control de todo el trabajo efectuado: “Los contactos verticales son reducidos al mínimo para acrecentar el entabicamiento… En la medida de lo posible, los militantes no deben encontrarse fuera de las reuniones.” (Piatnisky, Recuerdos de un bolchevique, pp. 136 y 138.) Las necesidades del trabajo ilegal imponían este entabicamiento y dificultaban las discusiones democráticas. Por lo demás, los dirigentes tenían plena conciencia de ello:

“También nosotros estamos por la democracia cuando esta es verdaderamente posible. Hoy sería una broma y nosotros no queremos esto, pues nosotros queremos un partido serio capaz de vencer al zarismo y a la burguesía. Obligados a la acción clandestina, no podemos realizar la democracia formal en el partido… Bajo la autocracia, con sus represiones feroces, adoptar el régimen de las elecciones, la democracia, es simplemente ayudar al zarismo a destruir nuestra organización” (Lenin en 1904-1905, citado por Zinoviev, Historia del P. C. b., pp. 103-104.) “Damos al partido la estructura que mejor conviene a las necesidades de nuestra lucha en este momento.

Lo que nos conviene hoy es una jerarquía y un centralismo riguroso.” (Lenin, La jaula bonita no alimenta al pájaro, idem, pp 105-106.)

Los jefes bolcheviques consideraban obligatorio este tipo de organización teniendo en cuenta las condiciones de la lucha existentes, y preveían con algún optimismo que el partido funcionaría democráticamente cuando en Rusia se conquistasen los derechos democráticos tal como podían existir en los otros países capitalistas: “En condiciones de libertad política, nuestro partido debe ser y será construido totalmente sobre el principio de la elección.” (Lenin en el III Congreso, citado por J. Daniels, Labour Review, no 2, 1957, p. 48.) El compendio de historia del PCUS redactado en 1938 y aprobado por el C. C. confirma enteramente esta idea:

“Naturalmente, como el Partido era ilegal bajo la autocracia zarista, las organizaciones del partido no podían reposar en aquella época sobre el principio de la elección por la base, debiendo ser el Partido rigurosamente clandestino. Pero Lenin consideraba que este estado de cosas, momentáneo en la vida de nuestro Partido, desaparecería cuando el zarismo hubiese sido suprimido, cuando el Partido fuese un Partido declarado, legal, y que sus organismos descansarían sobre el principio de elecciones democráticas, sobre el principio del centralismo democrático.” (Ed. Sociales, 1946, p. 46.)

Esta perspectiva tranquilizadora no debía realizarse: la célebre “burocratización” del partido denunciada por todos los oponentes hunde realmente sus raíces en toda la historia del partido bolchevique. Por lo demás, es de señalar que un revolucionario de pensamiento tan profundo como Lenin no haya sabido desvelarlo y haya dado pruebas a este respecto de un optimismo casi ingenuo. Según Krupskaya, “Él sabía que la revolución estaba en marcha y obligaría al partido a admitir a los obreros en el seno de los comités.” (Mi vida con Lenin, p. 77.) La lectura de los textos de la época muestra que, en su inmensa mayoría, los revolucionarios rusos no comprendieron las enormes consecuencias que este tipo de organización tendría sobre la evolución ulterior del partido . Y sin embargo, el Partido intentó luchar contra este estado de cosas3, pero este esfuerzo no podía ser llevado hasta el final: y ¿de qué modo habría podido serlo, puesto que la organización muy particular del partido bolchevique no hacía más que responder a las condiciones muy particulares de la lucha de clases en Rusia?

Así se constituyó entre 1903 y 1917 un grupo de revolucionarios profesionales que, por un lado, tienen cualidades de dedicación, de organización, de disciplina frecuentemente notables y que, por otro, están obligados a trabajar en círculos bastante cerrados, quedan fuera de las masas y no pueden mantener con la vanguardia de las fábricas más que relaciones superficiales. Estos cuadros constituyen el armazón del partido bolchevique: jugarán un papel capital en la organización política y económica del país después de la toma del poder.

“Cuando, a partir de 1916, los obreros comenzaron a recuperar las vías de la lucha, la fracción bolchevique cuenta, como máximo, 5.000 miembros en una organización reconstruida poco a poco. Pero es un puñado de cuadros; estos hombres, que han aprendido durante los años de preguerra a organizar, a agrupar a los obreros, a dirigir sus luchas, a despistar a las fuerzas de represión, constituyen, en suma, los elementos de esa vanguardia obrera revolucionaria que Lenin había intentado construir…” (Broué, Historia del Partido bolchevique, Ed. de Minuit, 1963, p. 43.)

La mejor manera de estudiar las relaciones entre el partido y las masas es refiriéndose a los grandes momentos revolucionarios que conoció Rusia: 1905 y 1917. En 1905, los bolcheviques adoptan respecto de los Soviets una actitud completamente distinta de la de los mencheviques, que ven en ellos sobre todo el punto de partida del partido de masas y, quizás, del sindicato de tipo alemán y trabajan gustosamente en los Soviets, de los cuales desconfían, por el contrario, los bolcheviques. Esta desconfianza es muy significativa de la naturaleza del partido bolchevique y de la relación que mantiene con las masas. Como dice Broué, a quien no se puede acusar de denigrar a los bolcheviques: “De manera general, los que (en el partido bolchevique) son más favorables a los Soviets no consienten en ver en ellos, en el mejor de los casos, más que auxiliares del partido.” (Idem.)

Se ha convertido en algo normal en el movimiento comunista citar las frases célebres de Lenin sobre la “repetición general” de 1905. Pero se olvida o se ignora que los bolcheviques se encontraron en aquella época completamente desconcertados por esta nueva forma de organización de los obreros: “El comité bolchevique de Petersburgo se sorprendió primeramente de una innovación como la representación de las masas en lucha independientemente de los partidos, y no se le ocurrió nada mejor que dirigir un ultimátum a los Soviets: hacer suyo al instante el programa socialdemócrata o disolverse.” (Trotsky, Stalin, p. 95.) Y como explica Broué: “No comprenden sino tardíamente el papel que pueden jugar en ellos, el interés que presentan para acrecentar en ellos su influencia y luchar por la dirección de las masas.” (Ya citado, p. 35.) Todo el problema está ahí. Los cuadros bolcheviques concebían su papel revolucionario como la dirección de la Revolución. Todo movimiento que surgiese fuera de ellos e independientemente de su control no podía más que suscitar su desconfianza. Frecuentemente se ha dicho que los bolcheviques habían sido “sorprendidos” por la creación de los Soviets: este eufemismo no debe inducirnos a error. De hecho, la reacción de los bolcheviques era mucho más importante que una simple “sorpresa”: traducía toda una concepción de la lucha revolucionaria, toda una concepción superada (no desde nuestro punto de vista, sino por la acción misma de las masas rusas en 1905) de la relación entre los obreros y los militantes revolucionarios.

Los acontecimientos de 1917 confirman esta ruptura con las masas. En febrero, las masas están solas en el combate. Durante las jornadas de julio, el partido no sabe evaluar su voluntad de lucha: el C. C. lanza un llamamiento, reproducido en la Pravda, para parar la manifestación prevista en Petrogrado, pero los obreros y los soldados deciden no obstante manifestarse. El llamamiento del C. C. es recortado: la Pravda aparece con una página en blanco . Se ha levantado toda una polémica en torno a la actitud del partido entre julio y octubre, e incluso entre febrero y octubre. Es cierto que también ahí el partido fue sobrepasado por los acontecimientos. Lenin escribe las “Tesis de abril” en donde afirma que “lo que hay de original en la actualidad rusa es la transición de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía como consecuencia del insuficiente grado de conciencia y de organización del proletariado, a la segunda etapa, que debe dar el poder al proletariado y a las capas pobres del campesinado.” (En La Revolución rusa de 1917, Lenin y Stalin, p. 8.)

¿Qué responde el partido? Kamenev explica en la Pravda, “notable periódico obrero de masas” (Compendio de historia del PCUS, ya citado, p. 137), que estas tesis no expresan más que la opinión personal de Lenin; las tesis del partido, precisa, “siguen siendo nuestra plataforma, que defenderemos a la vez contra la influencia desmoralizante de la “Defensa revolucionaria” y contra las críticas del camarada Lenin.” (Pravda, 21 de abril de 1917.) En la conferencia pan- rusa del partido, a principios de mayo, Lenin es mayoritario; pero sin embargo deberá librar una dura batalla contra el aparato para hacer prevalecer sus ideas. Acusa al C. C. de haber “dejado (sus) textos sin ni siquiera una respuesta”, condena la “decisión vergonzosa de participar en el Pre-Parlamento”, deplora “la negativa del C. C. a estudiar simplemente esta cuestión”:

“Me veo obligado a presentar mi dimisión del C. C., lo que hago por el presente acto, reservándome la libertad de defender mis tesis en la base del partido y en el Congreso del partido.” (Towards the Seizure of power, I, 278.)

Lenin no dimitió, pero todavía debió combatir al aparato hasta la reunión del C. C. del 23 de Octubre: “Lenin toma la palabra. Declara que desde comienzos de septiembre se ha observado una cierta indiferencia en cuanto a la cuestión de la insurrección. Dice que es inadmisible… Por lo cual ha llegado la hora de estudiar el aspecto técnico de la cuestión. Manifiestamente, se ha perdido mucho tiempo.” (Actas de la reunión del C. C.; ídem, II, 326-328.) Es interesante observar que todo el mundo reconoce que el partido estaba “perdido sin Lenin”:

“Los dirigentes… continuaban sin prestar suficiente atención a la voz razonable de la base. La ausencia de Lenin también fue sensible en este punto.” (Trotsky, Historia de la Revolución rusa, Ed. du Seuil en 2 vol., II, 513.) Para el compendio de historia del P. C. b. (ya citado) “la ausencia de Lenin, jefe del partido, se hacía sentir” (p. 157).

El “jefe” tuvo dificultad en hacerse oír por sus “tropas” y más todavía por sus “subordinados” inmediatos: y como dice Trotsky en su Historia de la Revolución rusa: “Las consecuencias de las omisiones cometidas debieron ser corregidas por las masas” (II, 513.) Pero no basta con citar estas omisiones, aún hay que dar cuenta de ellas.

Se tiene la costumbre de decir que el partido bolchevique cometió numerosos “errores” en 1905 y 1917: pero esta explicación no explica nada pues lo que hay que preguntarse es por qué y cómo fueron posibles estos “errores”. No se puede comprender la política de contemporización adoptada por la mayoría de los cuadros del partido entre febrero y octubre más que si se comprende bien el tipo de trabajo llevado a cabo durante años por estos cuadros: los dirigentes, tanto a nivel del C. C. como al nivel de los comités locales, habían sido colocados por las condiciones mismas de la lucha bajo el zarismo en una situación que no les permitía mantener

con las masas más que un lazo débil; los cuadros surgidos de la clase obrera habían roto desde hacía mucho con su ambiente de origen.

En realidad, el partido bolchevique estaba animado por una contradicción que es la única que permite comprender su acción antes y después de 1917. Su fuerza reposaba en los obreros que lo apoyaban: en su inmensa mayoría, la vanguardia obrera rusa simpatizaba con el partido. Pero no podía dirigirlo. La organización del partido era llevada a cabo por los revolucionarios profesionales y no por esta vanguardia obrera: ahora bien, los que tenían los hilos de la organización dirigían la organización. ¿Cómo habría podido ser de otro modo en la Rusia zarista? La prensa clandestina, la difusión de la propaganda… no podían ser aseguradas más que por militantes obligados frecuentemente a desplazarse y, si se daba el caso, a refugiarse en el extranjero. Un obrero no podía convertirse en un cuadro bolchevique importante más que si dejaba su trabajo y se ponía a disposición del partido, que lo enviaba a tal o cual ciudad, lo destinaba enseguida a tal o cual misión… El partido bolchevique se encontraba así en una situación contradictoria en la que su fuerza viva (los obreros más conscientes) no podía dirigirlo. En tanto que aparato, el partido escapaba totalmente a los obreros rusos. Los trastornos de todas clases que debía conocer Rusia después de 1917 no engendraron esta contradicción: no hicieron más que acrecentarla cada vez más hasta que la contradicción, reforzada por todo el contexto interno y externo de Rusia, destruyó al partido bolchevique. La actitud del partido en 1917 y su evolución posterior no son más que productos de su historia, la cual debía pesar con fuerza sobre el desarrollo de la Revolución rusa.

Revolutionary barricades on Liteyny Prospekt, Petrograd, Russia, 27 February 1917. The February Revolution led to the abdication of Tsar Nicholas II and the collapse of imperial Russia. A provisional government was established which effectively shared pow (Photo by Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images)