ADECUAR LOS VIEJOS CONCEPTOS A LAS NUEVAS REALIDADES

Toda teoría revolucionaria ha de ser adecuada a unas realidades diversas y cambiantes —a distintos tiempos, a distintos países— y ha de tener en cambio una unidad interna. Es que el concepto de revolución implica una dialéctica continua entre dos polos: la teoría y la acción implica un continuo pasar del uno al otro, o, mejor, una interacción constante entre ambos. Es lo que Marx entendía por praxis. Es inevitable un desfase entre un marxismo auténtico que no nos queda más remedio que ir a buscar a sus mismas fuentes y el mundo del último tercio del siglo xx. Marx vivía en un capitalismo de mercado y libre competencia, con una burguesía racionalista y avanzada, con la aparición en escena de un proletariado del que aún era muy difícil saber el porvenir. No podía imaginarse fenómenos como la Alemania de Hitler —capitalismo irracionalista—, la URSS de Stalin —pretendida heredera del legado marxista y «patria del proletariado»—, los USA de Nixon —imperialismo monopolista, sociedad del «bienestar» o sea del consumo de masas, amparado en la Guerra Fría, en el mantenimiento de guerras calientes y en el «miedo atómico»— o la contradictoria España de Franco, hoy en el momento más significativamente confuso de los últimos treinta años. Por ello, el movimiento revolucionario se halla permanentemente, no sólo en peligro de desfallecer, sino también de desviarse. Existen dos clases de desviación que marcan dos posibles dimensiones entre las que se debate toda teoría revolucionaria:

1. Modernismo: Considerar completamente envejecidos los criterios de Marx en el terreno de la teoría revolucionaria, completamente nuevas las realidades que vivimos, completamente inadecuados unos a otras, dos mundos distintos, dando al desfase un calor de salto cualitativo.

2. Arcaísmo: Considerar todo lo contrario, creer que nada ha cambiado desde que Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista, negar la existencia de un desfase entre el manifiesto de 1847 y la realidad mundial de 1971.

Maximalismo y minimalismo en la interpretación de Marx

Hay que reconocer que hay ya en la obra de Marx toda una serie de ambigüedades que presentan frecuentemente un carácter contradictorio; tales contradicciones internas sólo pueden ser superables mediante la valoración del papel de un determinado texto dentro del conjunto de la obra de Marx, del momento en el que Marx lo escribió, posibles influencias exteriores, motivaciones tácticas, etc. Es decir, a través de una interpretación. Esquemáticamente podemos decir que tal interpretación será de carácter maximalista (arcaísta) o de carácter minimalista (modernista) en todos y cada uno de los puntos controvertidos de la obra de Marx.

Es lógico que ya en vida de Marx, surgieran desviaciones arcaístas y modernistas en el seno del movimiento obrero:

1. La aparición del revisionismo en Alemania (programas de Gotha y Erfurt patrocinados por Lasalle, especialmente la obra teórica de Bernstein) fueron una muestra histórica de «modernismo» en pleno siglo XIX.

2. La reacción frente a la propagación oportunista del revisionismo fue una acentuación «arcaísta» del dogmatismo (en ocasiones por puro oportunismo también: puede decirse que tienen tono arcaísta-dogmático los últimos escritos de Engels, la crítica a Bernstein por parte de Kautsky y la posición consecuente tomada por la socialdemocracia alemana, posición que fue heredada y acentuada por Plejanov y por los bolcheviques rusos que elevaron este dogmatismo a extremos inimaginables, especialmente a partir de la toma del poder de Estado por parte del partido y del mantenimiento del Estado en sus manos).

Arcaísmo y modernismo, hoy

Actualmente los Sumos Pontífices del mal llamado «izquierdismo» —trotskistas y maoístas en general, intelectuales a lo Althusser— para criticar sistemáticamente el derechismo de los PC con el secreto deseo de suplantarles el día de mañana en su monopolio del marxismo, necesitan encerrarse en un maximalismo-arcaísta que les impide el planteamiento eficaz de los problemas revolucionarios reales del mundo moderno; en cambio los Sumos Pontífices del reformismo (PC y partidos políticos a su derecha) sólo pueden justificar su práctica política con una interpretación minimalista-modernista que es en realidad una ruptura absoluta con la tradición marxista en nombre de nuevos enfoques, nuevas técnicas, nuevos horizontes, etc.

Los PC conservan junto a su ideología reformista los restos de la ideología dogmática izquierdista de un pasado casi olvidado, que utilizan para las disputas entre grupos, para reafirmarse como monopolizadores absolutos del izquierdismo frente a quienes intenten disputarles tal monopolio. En realidad pues, quienes verbalmente son más dogmáticos son en la práctica los más revisionistas; el debate tradicional pierde con ello todo sentido. Por ejemplo, no tiene sentido la oposición entre Líster (arcaísta-dogmático) y Carrillo (modernista revisionista) ya que los dos son en el fondo lo mismo, dogmatismo verbal y revisionismo en la práctica; o bien, apenas tiene sentido una crítica dogmática de China a la URSS tachándola de revisionista, como si la propia práctica política de China no fuera revisionista. El debate tradicional ya no tiene sentido salvo para poner en claro, si es que hacía falta, el dogmatismo de los revisionistas y el revisionismo de los dogmáticos.

Hay muchas maneras de intentar suavizar el arcaísmo con correcciones modernistas, o al revés: hay arcaísmos revisados —pero más arcaístas que revisados—, modernismos dogmatizados, conatos de izquierdismo modernista, de reformismo arcaísta, etc.

El marxismo creador, en su intento de enfrentarse a quienes han fundido de modo oportunista dogmatismo y modernismo (PC, grupúsculos izquierdistas, etc.) ha de mantenerse entre este doble polo arcaísta y modernista: si se encierra en el arcaísmo se condena a ser inadecuado, si se encierra por el contrario en el modernismo se condena a ser infiel a sus propios principios. Aquí trataremos de ser arcaístas y modernistas al mismo tiempo, fieles a los principios y adecuados a las nuevas realidades; pero no se trata de establecer un término medio entre dos desviaciones sino de reemprender una dialéctica constante entre estas dos dimensiones inevitables del pensamiento revolucionario, dejando que sea la práctica en último término quien sitúe adecuadamente todas y cada una de las cuestiones fundamentales.

Liberar el presente del pasado

Además de todos los frenos exteriores que comporta la lucha de clases, los revolucionarios se sienten normalmente trabados por una serie de frenos internos: no sólo por las condiciones objetivas sino también por la condiciones subjetivas. Falta de imaginación, sentido histórico de las nuevas realidades, falta de capacidad de oponer nuevas formas de lucha a la nueva fisonomía adoptada por el mundo explotador-alienante contra el que se lucha. Y esta falta de imaginación no debe atribuírse sólo a una voluntaria ceguera de los revolucionarios, al carácter rutinario de sus organizaciones, a insinceridades, «traiciones», etc. La raíz de esta falta de imaginación y de puesta al día radica en el lastre del pasado que todos arrastran un poco, por revolucionarios que sean, en su incapacidad por liberar el presente del pasado.

Esto se constata en toda la historia del movimiento revolucionario. Los revolucionarios de la Comuna de París de 1871 pretendían estar repitiendo el levantamiento de 1848 cuando en realidad estaban haciendo algo nuevo, completamente distinto. Con anterioridad, puede decirse que los levantamientos revolucionarios europeos de 1848 pretendían repetir la revolución francesa de 1789-1815 (especialmente el periodo 1792-1794) pero en realidad hicieron algo nuevo; que la revolución francesa pretendía a la revolución inglesa de Cromwell, y que ésta seguramente se inspiraba también en ejemplos del pasado, etc. Pero la historia no se repite y si se repitiera ya no sería historia.

Posteriormente a la Comuna de París, hay que decir que la revolución rusa y la consigna de Lenin «Todo el poder para los Soviets (para los consejos obreros)» así como su afirmación de que la postura auténticamente revolucionaria es la de eliminar el Estado —segunda parte de su librito El Estado y la revolución— decía inspirarse y querer repetir la Comuna de París; todos sabemos que la revolución rusa de 1917 desembocó en el fortalecimiento del Estado y no en su abolición. Pero también los sistemas de consejos obreros de las revoluciones alemana y húngara, que no «traicionaron» su inspiración autentica en la Comuna de París y en su negación del Estado, aportaron algo distinto y nuevo a la concepción revolucionaria de la organización de clase y sus formas de lucha (consejos obreros).

La historia continúa; la revolución china se presentó como una «larga marcha» del ejército rojo para llegar hasta tomar la capital: durante esa larga marcha (1934-1949) se proclama nada menos que «repúblicas soviéticas» a las zonas de apoyo del ejército popular. La guerrilla de Fidel Castro empezó como una ofensiva de un ejército popular y acabó siendo una experiencia nueva, una guerrilla. Los latinoamericanos han tratado repetidamente de instalar en sus propios países la estrategia guerrillera cubana en vez de liberar el presente del pasado.

Si aquí hablamos, pues, de arcaísmo y de modernismo y consideramos insuficiente dicho arcaísmo, no es pues que nos apuntemos al modernismo para estar más de moda por la frivolidad de estar al día. Lo que en el fondo se debate en el enfrentamiento arcaísmo-modernismo es el problema de la teoría y la acción revolucionaria: cómo liberar el presente del pasado. Esto, como hemos visto, no basta con decirlo: exige un esfuerzo constante de imaginación para liberar el presente del pasado, para reinventar sus estrategias sin quedar limitados por los esquemas mentales de un pasado que todos arrastramos con nosotros.

El problema de la teoría revolucionaria es, en cierta manera, el problema de su innovación permanente; el problema de la acción revolucionaria es el de luchar por un «hombre nuevo» y una sociedad nueva y el de adecuar a la novedad de los fines la novedad de los medios, de las formas de lucha. Es cierto que es posible llevar a cabo experiencias nuevas creyendo que estamos repitiendo la historia y hacer revoluciones impensables sin tener conciencia subjetiva de que se está haciendo historia, algo nuevo. Pero en la medida en que ésta puede volverse contra los revolucionarios —antes, durante y después de la revolución—, en la medida que puede constituir tanto un freno real como una recuperación del movimiento revolucionario por parte de la burguesía, hay que exigir de todos y cada uno de los revolucionarios un esfuerzo permanente y obstina- do para liberar el presente del pasado; los auténticos revolucionarios no pueden ser conservadores ni de su propio «revolucionarismo».

Por Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), 1972

Breve historia del MIL: https://www.portaloaca.com/historia/otroshistoria/2145-historia-del-movimiento-iberico-de-liberacion.html