COSAS DE LA VIDA

“Solo podemos comprender este mundo cuestionándolo como un todo. . . La raíz de la ausencia de imaginación dominante no puede entenderse a menos que seamos capaces de imaginar lo que falta, esto es, lo desaparecido, oculto, prohibido y ya posible en la vida moderna”

Internationale Situationniste

Extracto del libro «El placer de la revolución» de Ken Knabb (1997)

Utopía o quiebra

Nunca se ha dado en la historia un contraste tan deslumbrante entre lo que podría ser y lo que se da realmente.

Basta hoy examinar todos los problemas del mundo —la mayoría de los cuales son bien conocidos y meditar sobre ellos no tiene normalmente otro efecto que hacernos menos sensibles a su realidad. Pero aunque seamos “lo bastante estoicos para soportar las desgracias de los demás”, a la larga el deterioro social presente nos afecta a todos. Quienes no padecen la represión física directa aún tienen que soportar las represiones mentales impuestas por un mundo cada vez más mediocre, estresante, ignorante y feo. Quienes escapan de la pobreza económica no pueden escapar del empobrecimiento general de la vida.

Ni siquiera a este nivel mezquino puede ya continuar la vida. La destrucción del planeta por el desarrollo mundial del capitalismo nos ha llevado a un punto en que la humanidad puede extinguirse en pocas décadas.

Y sin embargo este mismo desarrollo ha hecho posible abolir el sistema de jerarquía y explotación basado previamente en la escasez material e inaugurar una forma nueva y genuinamente liberada de sociedad.

Saltando de un desastre a otro en su camino a la demencia colectiva y el apocalipsis ecológico, este sistema ha desarrollado un impulso que está fuera de control, incluso para sus supuestos dueños. Cuanto más nos aproximamos a un mundo en el que no somos capaces de abandonar nuestros ghettos fortificados sin vigilantes armados, ni salir a la calle sin aplicarnos protección solar para no coger un cáncer de piel, es más difícil tomar en serio a quienes nos aconsejan mendigar unas cuantas reformas.

Lo que hace falta, creo, es una revolución democrática-participativa mundial que aboliría tanto el capitalismo como el Estado. Admito que es mucho pedir, pero me temo que no bastará con ninguna otra solución de menor alcance para llegar a la raíz de nuestros problemas. Puede parecer absurdo hablar de revolución, pero todas las alternativas asumen la continuación del actual sistema, que es aún más absurdo.

“Comunismo” estalinista y “socialismo” reformista son simples variantes del capitalismo

Antes de entrar en lo que esta revolución debe suponer y responder a algunas objeciones típicas, hay que subrayar que no tiene nada que ver con los estereotipos repugnantes que evoca normalmente la palabra (terrorismo, venganza, golpes de estado, líderes manipuladores que predican el autosacrificio, militantes zombies entonando eslóganes políticamente correctos). Particularmente no debería confundirse con los dos fracasos principales del cambio social moderno, “comunismo” estalinista y “socialismo” reformista.

Después de décadas en el poder, primero en Rusia y después en muchos otros lugares, ha llegado a ser obvio que el estalinismo es el opuesto total de una sociedad liberada. El origen de este fenómeno grotesco es menos obvio. Trotskistas y otros han tratado de distinguir el estalinismo del antiguo bolchevismo de Lenin y Trotsky. Es verdad que existen diferencias, pero son más de grado que de tipo. El Estado y la Revolución de Lenin, por ejemplo, presenta una crítica más coherente del Estado que la que puede encontrarse en la mayoría de los escritos anarquistas; el problema es que los aspectos radicales del pensamiento de Lenin acabaron disfrazando la actual práctica autoritaria bolchevique. Situándose al lado de las masas que afirmaba representar, y con una jerarquía interna correspondiente entre los militantes del partido y sus líderes, el partido bolchevique ya se encaminaba a la creación de las condiciones para el desarrollo del estalinismo cuando Lenin y Trotsky tenían todavía firmemente el control.

Pero debemos tener claro lo que falló si queremos hacerlo mejor. Si socialismo significa plena participación de la gente en las decisiones sociales que afectan a sus propias vidas, no ha existido ni en los regímenes estalinistas del Este ni en los estados del bienestar del Oeste. El reciente colapso del estalinismo no es ni una vindicación del capitalismo ni una prueba del fracaso del “comunismo marxista”. Cualquiera que se haya molestado en leer a Marx (la mayor parte de sus elocuentes crítico obviamente no) sabe que el leninismo representa una severa distorsión del pensamiento marxista y que el estalinismo es su parodia total. Tampoco la propiedad estatal tiene nada que ver con el comunismo en su auténtico sentido de la propiedad común, comunal; es simplemente un tipo diferente de capitalismo en el que la propiedad de la burocracia del estado reemplaza a (o se combina con) la propiedad privada corporativa.

Desde hace mucho tiempo el espectáculo de la oposición entre estas dos variedades de capitalismo oculta su reforzamiento mutuo. Los conflictos serios se limitan entre ellas a batallas por delegación en el Tercer Mundo (Vietnam, Angola, Afganistán, etc.). Ninguna de las partes lleva a cabo un intento real de golpear al enemigo en su mismo corazón. (El Partido Comunista Francés saboteó la revuelta de mayo del 68; los poderes occidentales, que han intervenido masivamente en lugares donde no se lo habían pedido, rechazó enviar ni siquiera las pocas armas antitanques que necesitaban desesperadamente los insurgentes húngaros de 1956). Guy Debord señaló en 1967 que el capitalismo de estado estalinista se había revelado ya simplemente como un “pariente pobre” del clásico capitalismo occidental y que su ca ́ıda estaba empezando a privar a los dominadores del Oeste de la pseudo-oposición que los reforzaba aparentando representar la única alternativa a su sistema. “La burguesía está en el trance de perder el adversario que objetivamente la apoyaba aportando una unificación ilusoria de toda la oposición al orden existente”. (La sociedad del espectáculo, §110–111).

Aunque los líderes del Oeste fingieron dar la bienvenida al reciente colapso estalinista como una victoria natural de su propio sistema, ninguno de ellos lo había visto venir y no tienen obviamente idea de qué hacer con los problemas que esto plantea excepto sacar partido de la situación antes de que se desmorone. Las corporaciones multinacionales monopolísticas que proclaman el “comercio libre” como una panacea son muy conscientes de que el capitalismo de libre mercado habría reventado hace tiempo por sus propias contradicciones si no hubiera sido salvado a pesar de sí mismo mediante unas cuantas reformas pseudo-socialistas estilo New Deal.

Como los situacionistas han mostrado, la burocratización de los movimientos radicales, que degradó a la gente al nivel de simples seguidores constantemente “traicionados” por sus líderes, esta ́ ligada a la espectacularización creciente de la sociedad capitalista moderna, que ha reducido a las personas a la condición de simples espectadores de un mundo sobre el que no tienen control —un desarrollo que ha llegado a ser cada vez ma ́s notorio, aunque normalmente no se entiende de modo suficiente.

Tomadas en conjunto, todas estas consideraciones apuntan a la conclusión de que sólo puede crearse una sociedad liberada mediante la participación activa de la gente como un todo, no mediante organizaciones jerárquicas que actúan supuestamente en su beneficio. No se trata de elegir a los líderes ma ́s honestos o “responsables”, sino de evitar conceder un poder independiente a cualquier líder que sea el que sea. Individuos o grupos pueden iniciar acciones radicales, pero una porción sustancial y rápidamente extendida de la población debe tomar parte si un movimiento pretende conducir a una sociedad nueva y no ser simplemente un golpe de estado que instale nuevos dominadores.